CIUDAD DE MÉXICO — El
presidente de México tiene prisa. Pero en su impaciencia, Andrés Manuel López
Obrador ha infringido la constitución de manera reiterada.
Sus acciones, al igual que sus
mensajes y posicionamientos en las conferencias de prensa matutinas, las
Mañaneras, exceden sus facultades constitucionales, vulneran las competencias
de otras autoridades y violan derechos humanos. El orden constitucional es
garantía de un buen gobierno. Y algunas de las declaraciones y acciones de AMLO
en los primeros seis meses en el poder, sin embargo, ponen en riesgo la
funcionalidad tanto de su presidencia como de las instituciones.
Quienes votamos por AMLO
hicimos nuestro su lema “Por el bien de México, primero los pobres”. Confiamos
en su promesa de que “al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie”.
Nos sedujo su oferta de un crecimiento económico del cuatro por ciento anual y
coincidimos en que el combate a la corrupción y la seguridad pública tendrían
que ser prioridades de su gobierno.
Como candidato, su oferta de
conciliación nacional, de un México en paz y sin divisiones por razones
ideológicas o de clase social, fue acogida por sus simpatizantes con el signo
de #AMLOVE. En su propuesta de enfrentar la violencia con “abrazos, y no
balazos”, no solo se esperaba el cambio de rumbo de una guerra sangrienta
contra el narcotráfico, sino que la metáfora se extendiese a sus opositores,
quienes tendrían su respeto y a los que nunca vería como enemigos, como lo
prometió en el cierre de su campaña.
El triunfo del Movimiento
Regeneración Nacional (Morena), fundado por AMLO, fue arrollador. Además de los
30 millones de votos, equivalentes al 53 por ciento del electorado, que lo
elevaron a la presidencia, alcanzó la mayoría en el congreso federal con 258
diputaciones y 59 senadurías, cinco gubernaturas estatales y el control en 19
de los 32 congresos locales. Esta fuerza ha permitido que AMLO impulse reformas
constitucionales para crear la Guardia Nacional con mandos civil y militar, y
ampliar el catálogo de delitos que ameritan prisión preventiva oficiosa, entre
ellos el robo de hidrocarburos, la corrupción y los delitos electorales.
Desmontar la corrupción de
gobiernos anteriores, velar por el bien público y gobernar con justicia para el
“pueblo bueno” son justificaciones válidas para efectos políticos y sociales,
sobre todo por la premura en dar resultados antes de que concluya su primer año
de gobierno. Pero este pragmatismo apresurado, llevado al extremo, arriesga la
estabilidad del sistema constitucional de México, pues quebranta los principios
fundamentales de legalidad y división de poderes. De prolongarse en los seis
años de su presidencia, el daño será estructural y la reconstrucción
institucional, ardua y prolongada.
La ausencia de balances y
contrapesos de su gobierno lo ha empoderado para legislar y derogar de facto
disposiciones constitucionales y legales de manera unilateral, sin respetar el
procedimiento legislativo establecido en la constitución. A través de un memorándum,
AMLO canceló la reforma educativa del expresidente Enrique Peña Nieto, mientras
entraba en vigor su propuesta para reformar el artículo 3.º de la constitución,
modificación que se materializó el 15 de mayo.
Tras el retraso del congreso
en aprobar su Ley de Austeridad Republicana para la reducción de sueldos de
funcionarios, del gasto corriente y de la propaganda oficial, y la eliminación
de las pensiones de expresidentes, en otro memorándum ordenó la implementación
de trece medidas radicales para un gobierno austero.
Otras decisiones de AMLO se
han implementado también con memorandos. En uno de ellos ordenó la compra
directa en Estados Unidos, sin licitación pública, de quinientos camiones
cisterna para paliar el desabasto de combustible, ciertamente urgente,
resultante del robo de hidrocarburos en los ductos de Petróleos Mexicanos
(Pemex). En otro documento similar inhabilitó, sin juicio previo, a tres
empresas distribuidoras de medicamentos del sector de salud pública por haberse
beneficiado de contratos millonarios en la administración de Peña Nieto.
La experiencia nacional e
internacional demuestra que apartarse de las reglas constitucionales deriva en
violaciones de derechos humanos. En su derecho de réplica, invocado con
frecuencia en las Mañaneras, AMLO descalifica a sus detractores. Así ha
sucedido con el periódico Reforma, al que caracteriza como prensa conservadora,
protectora de intereses neoliberales y encubridora de la corrupción del pasado.
Las repercusiones son serias: Juan Pardinas, el director editorial, ha recibido
amenazas de muerte en redes sociales.
AMLO, como presidente, está
obligado a respetar los derechos humanos. No puede arrogarse el derecho de
réplica propio de los ciudadanos respecto de las notas publicadas o los comentarios
de sus detractores. En un esquema de transparencia y rendición de cuentas, que
como autoridad está obligado a cumplir, puede aclarar datos y precisar
conceptos, pero no adjetivar a sus contrarios como corruptos, vendidos y
conservadores retrógrados, y menos agraviarlos o intimidarlos. Por eso fue una
coacción a la libertad de expresión la advertencia a los reporteros presentes
en una conferencia matutina, a quienes dijo: “Ustedes no solo son buenos
periodistas, sino prudentes […] y si ustedes se pasan, ya saben lo que sucede”.
Una muestra adicional de
disfuncionalidad constitucional es el ataque frontal a otros órganos del
Estado. Durante años, AMLO ha arremetido contra la Suprema Corte de Justicia de
la Nación (SCJN), a cuyos integrantes ha acusado de actuar bajo consigna y de
gozar de sueldos privilegiados. La llegada de Arturo Zaldívar como presidente
de la SCJN, con capacidad de interlocución con el Ejecutivo federal, ha
atenuado las tensiones entre ambos. Una muestra de ello ha sido la decisión voluntaria
de los ministros de reducir sus propios sueldos.
Otro flanco de ataque de AMLO
ha sido el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y
Protección de Datos Personales (INAI), al que ha acusado de encubrir la
corrupción en Odebrecht y la condonación de adeudos fiscales de grandes
contribuyentes. En sus palabras: “Cuesta mil millones de pesos mantener ese
organismo […]. La corrupción creció como nunca, a la par de que se creó”. El
INAI ha desmentido ambos señalamientos y recuerda que en diversas ocasiones
ordenó a la Fiscalía General de la República y al Servicio de Administración
Tributaria hacer pública la información respectiva.
El respeto institucional es
una condición del Estado de derecho. Si el presidente considera que el
funcionamiento del INAI es insatisfactorio, las opciones son promover una
reforma constitucional para hacerle ajustes, o bien, impugnar sus resoluciones
ante los tribunales federales.
El pragmatismo de AMLO no
puede instituirse como modelo rector de su gobierno: el orden constitucional es
garantía de seguridad jurídica. La aprobación popular es importante —sobre todo
porque el mandato disruptivo en las urnas fue claro—, pero lo es todavía más
que el presidente actúe en el marco de sus facultades y en respeto de los
derechos humanos. Su “aspiración legítima de pasar a la historia como un buen
presidente” implica el respeto a la Constitución de México. Actuar en sentido
contrario garantizará el desgobierno de su gobierno. ( Luis Pérez de Acha es abogado y
exintegrante del Comité de Participación Ciudadana del Sistema Nacional
Anticorrupción de México. )
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