lunes, 5 de septiembre de 2016

DESDE EL VOLCÁN/COLUMNA



                Carlos Ravelo Galindo, afirma:

                Como me lo contó, hace un año, te lo platico. Al final te digo quién.
                “Sin duda alguna, el volcán Iztaccihuatl,  Izta, mujer dormida, mujer blanca, la montaña al lado del Popo, es una de las eminencias más emblemáticas de México. 
                Sin  ser la que alcanza mayor altitud. Es la que se podría llevar el título de la montaña más mexicana, no sólo por su peculiar silueta, única en comparación con otras montañas del mundo, sino que encima cuenta con una leyenda que comparte protagonismo con el volcán vecino, el Popocatépetl.
                Este se encuentra hacia el sur a no más de 20 km de distancia. Al ser un volcán en constante actividad, no está permitido el acceso a esa zona del parque.
                 Quizá por ello es que el Iztaccíhuatl  es hoy por hoy el, la,  protagonista.

                 Con poco más de  5,200 metros de altitud, se vuelve una montaña a respetar.  Su principal ruta recorre toda la silueta que a lo lejos parece una mujer recostada en el horizonte.
                Después de haber tenido varios encuentros en el Nevado de Toluca, al que a  todo aventurero  que le gustan estas experiencias en la montaña, les llama la atención un siguiente reto, y así fue.
                 Llegamos al parque el viernes a medio día. Habíamos reservado una habitación en el refugio de Altzomoni, que se encuentra a los pies de la montaña.
                 Coincidimos con un grupo de amigos, la mayoría conocidos, que iban liderados por Israel Bretón*. Compartimos con ese grupo el hospedaje, un cuarto, en donde se  distribuyeron  los colchones y literas disponibles para intentar dormir cómodos y calientitos. Nos cocinamos una buena pasta mientras platicábamos el plan de las siguientes horas.
                Este viaje era para muchos de los que estábamos ahí la primera vez en el parque y el primer intento a la cumbre, así que los nervios se podían apreciar. Apagamos las luces a las 9:00 pm para descansar un par de horas antes de tener que alistarnos.
                 Amanecimos a las 12:30 de la madrugada, emocionados para salir en busca de la cumbre, de un buen reto, la mejor vista del Popo.
                 Manejamos a la joya de donde emprendimos la caminata. Poco a poco nos entramos en la montaña. Noche  oscura y estrellada. Nos guiamos por la luz de las  lámparas de mano.
                Poco se puede  distinguir en la montaña, al menos que se haya estado antes ahí, lo cual para los primerizos siempre es bueno dado que se pierde la noción del tiempo invertido en el camino.
                 Pasamos el primer portillo, el segundo y poco después llegamos a una pared que te queda a mano derecha, donde se puede hacer un refugio por el desplome de la piedra
                Tristemente nos encontramos después del segundo portillo, descanso, con un tiradero de basura, de esa gente que no tiene cultura de cuidar la naturaleza y no dejar rastro.
                 Acordamos en recogerlo a la bajada, en verdad era desagradable. Lo dejamos atrás y seguimos, tercer portillo. Unas horas después estábamos en el refugio de los cien. Ahí tomamos un descanso, nos hidratamos, comimos algo energético, nos pusimos una capa extra de abrigo y pá arriba.
                  Nos quedaba la subida más agotadora del recorrido, en la cual casi al final nos tocó el amanecer, y con ello un segundo aire, bien marcado. A nuestra espalda dejábamos el Popocatépetl  que aventaba una de sus típicas fumarolas matinales. Al final de esta subida, ya a cinco mil metros sobre el nivel del mar, se encuentra lo que anteriormente fue un refugio, ahora sólo quedan sus ruinas.                 Estábamos ya casi en las rodillas de la mujer dormida. Ahí tomamos otro descanso un poco más extendido, que  aprovechamos  para administrar energías y resguardarnos un poco del viento que nos bajaba la temperatura.
                 El amanecer, ya en las rodillas de la mujer dormida.   Seguimos y pasamos por la otra rodilla. Salimos por   la panza de la mujer, lugar donde se encuentra uno de los pocos glaciares que quedan en México.
                 Este se ha visto afectado y casi desaparecido por causa del calentamiento global. Mientras todos se ponían los crampones, entre Isra y yo pusimos una cuerda fija con un piolet en T para que el grupo pudiera bajar con mayor confianza y seguridad.
                 Para cuando salimos del glaciar, recuerdo que muchos venían cansados y aprovecharon a dejar sus mochilas para atacar la cumbre.
                Cuando nunca se ha realizado una actividad de resistencia, y menos en ciertas altitudes, es importante acompañar y guiar a la gran mayoría de los primerizos, no sólo en el camino por el cual andar sino también hay que ayudarles a administrar su energía, sus descansos, incluso indicar los buenos momentos de tomar agua.
                Unos momentos después estábamos todos en la cumbre, muy felices. Contemplamos el paisaje que se ve desde éste punto  la cadena de volcanes que hay en el centro del país y el altiplano. Pasamos un rato ahí, tomamos  un descanso y planeamos  la bajada, para que ese tercer aire se pudiera sentir.
                Y venga, tristemente para abajo, de regreso al coche. Llegamos  al punto donde habíamos dejado las mochilas, vimos que las condiciones del glaciar eran buenas para poder bajar por Ayoloco, que es otra ruta de acceso a la cumbre y de bajada, cuando las condiciones del hielo lo permiten.
                 Por esta ruta pierdes altura con mayor velocidad y además conoces otra cara de la montaña (que a mí en especial me gusta mucho).
                 En mi opinión siempre un ruta circular  motiva  más. Y así fue, bajamos por otro lado, pero con el remordimiento que la basura que habíamos visto y nos había causado rabia, se quedaría en ese lugar.
                Descansamos  justo abajo del glaciar de Ayoloco. Descanso para quitar crampones, empacar bien las mochilas y  la capa de abrigo, ya que entraba el calor de la mañana. 
                Bajamos  hasta el refugio Otis Mcallister, en donde aprovechamos para administrar energías, apreciar la montaña y comer un poco. Algunos hasta una siestita se tomaron.
                 Y a seguir.  Algo que tiene esta ruta diferente a bajar por la ruta normal, es que para llegar a la joya te enfrentas con una última subida, que no es dura, ni difícil, ni tan larga, pero al ser esta la última, puede causar uno que otro enojo, sumado al cansancio que ya se lleva encima después de haber estado activo casi 12 horas seguidas.
                Pero al final hay recompensa, y no es tan romántica como la fecha que escogimos para este viaje, o como las fotos, o el recuerdo de la aventura:   Son  las quesadillas que hay en la joya y el  refresco de guayaba, que no debe fallar.
                ( *Israel Bretón es miembro líder de México Xtreme Mountain Guide. Con él he trabajado en proyectos y viajes en montañas mexicanas.  Y nos dio mucho gusto poder compartir este viaje con él).          “Recuerdo muy bien este ascenso por varias razones.  Antes  que nada porque fue la primera vez que tuve el honor de escalar con Israel Bretón, que sin duda es de los mejores guías de montaña en México.
                 Recuerdo un espectacular halo brillante  en el cielo mientras descansábamos en el refugio Mcallister durante el descenso.
                Por último, lo que más recuerdo de ese día es que fue la primera vez que bajé por la ruta de Ayoloco, la cual ahora me parece una increíble ruta alterna. El Iztaccíhuatl ha sido una de mis mejores escuelas y parque de diversiones. Ojalá más personas tengan la oportunidad de disfrutarla tanto como yo, dándole siempre prioridad al cuidado del lugar y a la seguridad en su viaje.”
                Así como te lo narro, me lo contó mi nieto Jorge Alberto Ravelo Barba,  también, además de montañista, médico de profesión.
                craveloygalindo@gmail.com





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