En el pueblo de 18 mil habitantes no hay un solo table dance, bar o zona de prostitución, pero ahí se han formado los más famosos ‘padrotes’.
México, D.F.- Desde la década de los años 90, Tenancingo, Tlaxcala, ha sido referente mundial del proxenetismo. Le llaman “semillero de los ‘padrotes’” y por décadas ha cultivado como negocio familiar el secuestro de mujeres con fines de explotación sexual.
En este pueblo de apenas 18 mil habitantes —donde no hay un solo table dance, bar o zona de prostitución— se han formado los más famosos “padrotes” que recolectan las ganancias de la prostitución forzada, la cual se lleva a cabo en la Ciudad de México, Puebla, Veracruz, Tamaulipas, Chihuahua, y hasta países como Estados Unidos, España o Reino Unido.
A simple vista, es otro lugar con palacio municipal, jardín con kiosko, iglesia y mercado. Pero mientras se recorren sus calles, una inexplicable opulencia aparece en el paisaje: decenas de mansiones de tres, cuatro o cinco pisos, columnas de mármol, esculturas griegas, techos con orillas bañadas en oro y ventanas con cristales reflejantes que impiden ver hacia el interior de las casas, pero que permiten observar a los paseantes desde las mansiones.
Se trata de terrenos y propiedades construidas con el dinero obtenido de explotación sexual, una actividad a la que se dedica entre 30 y 50 por ciento de los habitantes, quienes disfrazan sus delitos con la frase: “Me dedico a la cosecha... de mujeres”.
Si alguien que no pertenece a la comunidad es visto cerca, los halcones hacen su trabajo. Aplauden desde los techos y anuncian al extraño, quien de inmediato es expulsado del pueblo. Todos se cuidan y todos son espías pertenecientes a las redes de trata de personas, desde el señor que vende dulces junto a la capilla hasta la señora que comercia estambre en el mercado, porque ese delito es visto como un oficio que se entrega de generación en generación.
Ahí las niñas quieren ser “madrotas”, los niños “padrotes” y los adolescentes quieren ser “El Caimán”, a quien ven como ejemplo de éxito en la vida, debido a una pasantía o licenciatura en Derecho que obtuvo en una universidad privada en la capital. Con ello, suele ser el abogado de muchos lenones que tratan de evitar los 18 años de cárcel que estipula la Ley para Prevenir y Sancionar la Trata de Personas.
Encaja los dientes en expedientes, devora testigos y cuando cree que su defensa está lista, da coletazos con amparos hasta que su cliente queda libre. Entonces, “El Caimán” ya no sólo es un proxeneta rico, sino uno amado, respetado, recolector de favores y sádico “empresario”.
A su estilo violento, el investigador Óscar Montiel, del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores de Antropología Social, le llamó “Vieja Escuela”. En lugar de usar siempre el enamoramiento, él recurre al manual de los “padrotes” de los años 90: secuestra, intimida, mata, entierra restos en rellenos sanitarios clandestinos y, luego encontró un estilo propio de intimidación al comprar un reptil.
“Estos ‘padrotes’, de los llamados ‘Vieja Escuela’, cada vez son menos, pero fueron los que dieron identidad al pueblo. Son queridos, muy amados, porque dentro son vistos como ejemplos a seguir”, cuenta Emilio Muñoz Berrueto, director del Centro Fray Julián Garcés Derechos Humanos. “Usan apodos como referente de su violencia, como un trofeo que los haga leyendas entre los demás proxenetas”.
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