martes, 13 de agosto de 2013

COLUMNA DE FERNANDO GONZALEZ MEJIA SEPTIMO REGIDOR EN LA PAZ EDOMEX.

Desde que, con la clase dominante, apareció el Estado, es decir el instrumento del cual tenía necesidad dicha clase para proteger sus intereses, y desde que éste se colocó, en apariencia, por encima de la sociedad y con ello adquirió la facultad de ser recaudador de contribuciones y de su consiguiente administración, no tardó en revelar su naturaleza al utilizar los recursos públicos —que en teoría están destinados al bienestar de la población— a satisfacer necesidades de la clase dominante, de las cuales una de las principales es reprimir todo intento o todo deseo de liberación de su contraparte dominada.


Desde el punto de vista de la conciencia social, siempre ha habido dentro de la sociedad, una clase despierta, otra dormida y otra decadente. Y así como para el capitalista es indispensable la existencia del desempleo, así también para el Estado lo es la existencia del lumpenproletariado ya que la “honorable” clase gobernante no puede descararse ante la sociedad haciendo trabajo sucio, por lo que le es preciso disponer de quien realice esa “desagradable” tarea.
Así sigue siendo en nuestros días y en nuestro país. Por ello es ingenuo aceptar que el Estado, que nació para velar los intereses de la clase en el poder, tenga como uno de sus objetivos el exterminio de la delincuencia. Lamentablemente, el Estado, como parte de la clase dominante, hasta tiene que promover la existencia de ésta. Incluso, aun en el hipotético caso de que la delincuencia desapareciera por algún motivo, de todos modos el Estado la haría renacer porque le es indispensable como instrumento contra aquella parte despierta del pueblo trabajador, o sea la parte despierta, la que es absolutamente posible una sociedad superior, de oportunidades para todos y cada uno de sus miembros.
Al Estado, pues, le es indispensable el lumpenproletariado. Pero éste, al igual que cualquiera, necesita alimento, vestido, calzado, etcétera. Y aquí es donde el pueblo es más vilmente burlado por el Estado porque éste usa los recursos —que en teoría están destinados al bienestar popular— para mantener a esa gente: ¡el pueblo mantiene a sus propios represores! Aparte, claro, de que ya mantiene a sus opresores.
En lugar de que el Estado, pues, obre de manera abnegada por el pueblo, construyendo hospitales, escuelas, parques y jardines, teatros y unidades deportivas, todo en pro de la formación integral del ser humano, lo que hace es reprimirlo, robarlo y engañarlo. Y todo con el dinero del pueblo mismo, es decir con el producto de su trabajo y su esfuerzo diarios.

Pero aquí no para la cosa. Resulta que el Estado (en muchas partes del mundo) está compuesto de auténticos delincuentes, gánsteres, individuos que en su juventud fueron porros, golpeadores, halcones, que, por haber unido a esto una gran inteligencia y preparación, los vuelve idóneos para formar parte del aparato de gobierno, gente altamente apta para engañar a las masas, para hacerles creer que es de la esencia de los gobernantes trabajar día y noche por el bien del pueblo y procurar la sabia administración de los recursos provenientes del trabajo y los impuestos para bien del propio pueblo.
Lamentablemente, subsisten todavía en muchos lugares del país aparatos de gobierno que no son otra cosa que juntas de mafiosos cuya acción se centra en mantener a raya al pueblo. Y éstos, como tales, son excelentes coordinadores de matones de poca monta, que son utilizados a fondo contra la parte despierta de la población.
No obstante, el pueblo está decidido a cambiar esta aberrante situación, así le tome mil años lograrlo. Conque habrá de llegar el día en que el Estado se componga de trabajadores, de la gente más sabia y más justa, la gente selecta de la sociedad, ahí sí la crema y nata, la que habrá de trabajar incansablemente por el bien de todos; por qué  cada mexicano cuente con educación de excelencia hasta el posgrado, por que reciba atención médica gratuita y de excelencia, por que cada trabajador, obrero, campesino, albañil, pueda vacacionar a cualquier lugar del país y no solamente tenga ese derecho en abstracto, que los discapacitados reciban ayuda sin necesidad de supuesta filantropía y los ancianos pasen la última parte de su vida en condiciones dignas.
Esto y más lo merece ya desde hace mucho tiempo el pueblo mexicano, uno de los más sufridos y engañados.

Ese México nuevo, al que tanto aspiramos todos, lo han de lograr los antorchistas a base de seguir perseverando en el trabajo, aunque de momento tengan que habérselas con sus respectivos aparatos de gobierno en numerosos estados del país.

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