martes, 6 de septiembre de 2016

LAS CANICAS ROJAS Y ALGO MAS.....


             
   Carlos Ravelo Galindo, afirma:
                No queremos cambiar ni una letra a esta historia.  Tiene, por supuesto, el encanto de la veracidad. Así  empezó:
                “Durante los duros años de la Revolución, en un pueblo pequeño de Aguascalientes, México, solíamos parar en el almacén del señor Salvador Muro para comprar productos frescos.
                La comida y el dinero faltaban y el trueque se usaba mucho
                Un día en particular, el señor Muro empaquetaba unas papas.


                De repente nos fijamos  en un niño pequeño, delicado de cuerpo y aspecto. Con ropa raída pero limpia  Miraba atentamente un cajón de peras frescas y maravillosas.
                Pagamos las  papas pero también nos  sentimos  atraídos por el aspecto de las peras.  ¡Nos  encantan el dulce de pera y las papas frescas! Admiradores de  las peras, no pudimos  evitar escuchar la conversación entre el tendero y el niño.
                «Hola Toño, ¿cómo estás hoy?» «Hola señor Muro. Estoy bien, gracias..... Admiraba las peras... se ven muy bien.» «Sí, son muy buenas.
                ¿Cómo está tu mamá?»  «Bien. Cada vez más fuerte».
                ¿Hay algo en que te pueda ayudar?»  «No Señor. Sólo admiraba las peras.»  «Te gustaría llevar algunas a casa»
«Sí  Señor. Pero no tengo con que pagarlas.»
                «Bueno, qué tienes para cambiar por ellas  «Lo único que tengo es esto, mi canica más valiosa.» «De veras  ¿Me la dejas ver?»  «Acá está. ¡Es una joya!»
                «Ya lo veo. El único problema es que ésta es azul y a mí me gustan  rojas.
                ¿Tienes alguna como esta, pero roja, en casa?»  «No exactamente, pero casi.»
                «Hagamos una cosa. Llévate esta bolsa de peras a casa y la próxima vez que vengas muéstrame la canica roja que tienes.»              
« ¡Claro!. Gracias Señor  Muro.»
                La esposa del señor Muro se acercó a atendernos y con una sonrisa  dijo: «Hay dos niños más como él en nuestra comunidad, todos en situación muy pobre:
                A Salvador le encanta hacer trueque con ellos por peras, manzanas, tomates, o lo que sea. Cuando vuelven con las canicas rojas, y siempre lo hacen, él decide que en realidad no le gusta tanto el rojo, y los manda a casa con otra bolsa de mercadería y la promesa de traer una canica color naranja o verde tal vez.
                Salimos del negocio impresionados con este hombre.
                Un tiempo después nos mudamos a Guadalajara pero nunca olvidamos a don Salvador, los niños y los trueques entre ellos. Siempre con una sonrisa 
                Varios años pasaron. Cada uno más rápidamente que el anterior. Como a nosotros nos pasa. Tuvimos  la oportunidad de visitar a unos  parientes en esa comunidad de Aguascalientes. Allí, nos enteraron que don Salvador Muro  acababa de morir.
                Esa noche sería su velorio y al saber que ellos querían ir, aceptamos  acompañarlos.  En la funeraria, nos pusimos en fila para conocer a los parientes del difunto y para ofrecer nuestro pésame.a su viuda.
                Delante, en la fila, había tres hombres jóvenes: Uno tenía uniforme militar y los otros dos finos trajes oscuros con camisas blancas. Obviamente  profesionales. Gente de bien.
                Se acercaron a doña Carmelita, quien se encontraba al lado de su difunto esposo, tranquila y con una gran sonrisa. Cada uno de los hombres la abrazó, la besó, conversó brevemente con ella y luego se acercaron al ataúd.
                Los ojos cafés llenos de lágrimas de Carmelita, los siguió mientras cada uno tocaba con su mano cálida, la mano fría dentro del ataúd.
                Se retiraron de la funeraria limpiándose los ojos.
                Llegó nuestro turno y al acercarme a la  señora Muro le dije quién era y le recordé lo que había contado años atrás sobre las canicas.
                Con brillo en  los ojos nos  tomó de la mano y condujo al ataúd.
«Esos tres jóvenes que se acaban de ir son los tres chicos de los cuales te hablé. Me acaban de decir cuánto agradecían los «trueques» de Salvador.
                Ahora que Chava no podía cambiar de parecer sobre el tamaño o color de las canicas, vinieron a pagar su deuda. «Nunca hemos tenido riqueza» -nos  confió- «pero ahora Salvador se consideraría el hombre más rico del mundo.»
                Con una ternura amorosa levantó los dedos sin vida de su esposo. Debajo de ellos había tres canicas rojas exquisitamente brillantes”.
                Concluiríamos nosotros, al platicártelo amor, ya limpio el rostro de lágrimas, que toma un minuto encontrar a una persona especial, una hora para apreciarla, un día para amarla, pero no alcanza toda la vida para olvidarla.       
                craveloygalindo@gmail.com




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