Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Cuando
una viejita murió en la sección para el tratamiento de enfermedades de la vejez
en una pequeña clínica cerca de Dundee, en Escocia, todos estaban
convencidos de que ella no había dejado
nada de valor.
Después, cuando las
enfermeras revisaron sus míseras pertenencias, encontraron una poesía.
Su
calidad y contenido impresionaron tanto al personal, que todas las enfermeras
querían una copia de la misma.
Una de ellas
se llevó la copia a Irlanda. Esta, la única herencia que esta viejita legó a
sus sucesores, se hizo pública en la emisión de Navidad de las Noticias de la
Unión para la Salud Mental de Irlanda del Norte.
Este
poema, sencillo pero elocuente, se presentó también con diapositivas.
Así esta menuda viejita de Escocia, sin
posesiones materiales que legarle a este mundo, es la autora de este poema
“anónimo” que circula por Internet.
La vieja
malhumorada, puso por nombre a su pensamiento escrito.
“Qué ven hermanas. Qué ven. Qué piensan cuando me miran. Una vieja malhumorada, no demasiado inteligente, de costumbres
inciertas, con sus ojos soñadores fijos en la lejanía. La vieja que escupe la comida y no contesta
cuando tratan de convencerla: “Ande, haga un pequeño esfuerzo”.
La viejita, quien ustedes creen que no se da
cuenta de las cosas que hacen y que continuamente pierde el guante o el zapato.
La
viejita, quien contra su voluntad, pero mansamente les permite que hagan lo que quieran, que la bañen y
alimenten, sólo para que así pase el
largo día.
Es esto lo que
piensan. Es esto lo que ven. Si es así,
abran los ojos, hermanas, porque esto que ustedes ven no soy yo.
Les voy a contar quién soy, cuando aquí estoy
sentada tan tranquila,
tal como me ordenan, cuando como por orden de ustedes.
Soy una niñita de
diez años que tiene padre y madre, hermanos
y hermanas, que se aman.
Soy una jovencita
de dieciséis años, con alas en los pies, que sueña que pronto encontrará a su
amado.
Soy una
novia a los veinte, mi corazón da brincos, cuando hago la promesa que me ata
hasta el fin de mi vida.
Ahora
tengo veinticinco, tengo mis hijos, quienes necesitan que los guíe, tengo un hogar seguro
y feliz.
Soy mujer
a los treinta, los hijos crecen rápido, estamos unidos con lazos que deberían
durar para siempre.
Cuando cumplo
cuarenta mis hijos ya crecieron y no
están en casa, pero a mi lado está mi esposo que se ocupa de que yo no esté
triste.
A los cincuenta, otra
vez, sobre mis rodillas juegan los bebés, de nuevo conozco a los niños, a mis seres amados y a
mí. Sobre mí
se ciernen nubes oscuras, mi esposo ha muerto, cuando veo el futuro me erizo
toda de terror. Mis hijos se alejan, tienen a sus propios hijos, pienso en todos los años
que pasaron y en el amor que conocí.
Ahora soy
una vieja. Qué cruel es la naturaleza. La vejez es una burla que convierte al
ser humano en un alienado. El cuerpo
se marchita, el atractivo y la fuerza desaparecen, allí, donde una vez tuve el
corazón ahora hay una piedra.
Sin
embargo, dentro de estas viejas ruinas todavía vive la jovencita. Mi fatigado
corazón, de vez en cuando, todavía sabe rebosar de sentimientos. Recuerdo los días felices y los tristes. En
mi pensamiento vuelvo a amar y vuelvo a
vivir mi pasado.
Pienso en
todos esos años que fueron demasiado pocos
y pasaron
demasiado rápido, y acepto el hecho inevitable que nada puede durar para siempre.
Por eso, gente, abran
sus ojos, abran sus
ojos y vean. Ante ustedes no está una vieja malhumorada ante ustedes estoy YO”. Recuerden este poema
la próxima vez que se encuentren con una persona mayor y a quien tal vez esquiven, sin mirar primero
su alma joven.
Todos vamos a estar algún día en su lugar Y nunca se
olviden de los viejos malhumorados. Como yo.
Este
mensaje nos lo reenvió mi hermanito
Mauricio Ravelo Galindo, en dos
mil catorce. Acababa de cumplir el
primero de junio, sesenta y ocho años.
Hoy, 21 de agosto de 2016, cumple dos años de fallecido. Lo repito, en su recuerdo. En su memoria y por sus seres
queridos: Su esposa, sus hijos, sus dos nietos. Y sus siete
hermanos que le sobrevivimos. Aún.
craveloygalindo@gmail.com